Por Sebastián Carapezza
A sus 96 años, con toda una vida dedicada a la docencia y trabajo cultural, Yolanda Garrafa comparte en esta entrevista su perspectiva sobre la poesía y los modos de vivenciarla con otros. Repasa también sus experiencias en proyectos claves para la cultura provincial, entre ellos, la creación y consolidación del Fondo Editorial Rionegrino (FER), de las que participó activamente.
En 2021 el FER publicó la reedición de su libro “Calcé las sandalias azules” en reconocimiento a su trayectoria literaria y a aquella significativa labor en y por esta editorial estatal que en 2024 llega a los 40 años.
Volvemos a celebrarla hoy a través de este diálogo en el que nos acuna con su amor por la literatura infantil y nos toma de la mano para recorrer, con el andar de sus palabras justas y precisos testimonios, historias que son parte de nuestra tierra. Una voz que nos invita a crear, a escribir, a pesar de todo.
¿Cómo definirías a Carmen de Patagones y Viedma? ¿Cómo es vivir en el paisaje de esta comarca?
Nací frente al río mirando al sur, es decir, a Viedma. Mis padres tuvieron propiedades en Patagones y me dejaron su casa en esta localidad donde aún hoy vivo. Ese aspecto hace que sea una mujer de dos orillas: todo el reconocimiento, mis mejores actuaciones y recuerdos se dan en Viedma, mientras que mi domicilio, donde como y duermo, está en Patagones.
Mi padre tenía en 1928 un comercio de distribución de frutas y verduras. En ese entonces los límites provinciales todavía no existían, ya que la provincia de Río Negro se fundó en el 1955. Patagones y Viedma nacieron como una sola localidad, separada por un río. Ocurre que la fundan del lado de Viedma, pero después de reiteradas inundaciones que arrastraron viviendas, personas y cosechas, casi todos los habitantes se trasladaron a la orilla alta, o sea, a Patagones. En definitiva, es una ciudad con dos orillas, la norte y la sur: para sus habitantes desde siempre la vida de trabajo ocurría en la orilla sur, mientras que el sueño, el descanso sucedía en la orilla norte.
Siempre estuvimos atravesados por un mismo río que traía un flujo de agua muchísimo más grande que el de hoy, porque en la actualidad tiene un sinfín de canalizaciones. Recuerdo que cuando se inundaba la ciudad, el agua llegaba hasta la plaza de Gobierno. Tanto en comercio, como en economía o educación, siempre fue más importante Patagones que Viedma, hasta que se funda Río Negro y Viedma pide la jerarquía de capital, después de un litigio con la ciudad de Roca.
En mi caso, hice la primaria en Patagones y la secundaria en Viedma, donde finalmente me recibí de maestra. Viedma me brindó todo lo que aprendí mediante múltiples espacios de formación. También me moldeó en todo lo que soy como docente. A su vez, me hizo muchos reconocimientos por mis antecedentes, como ser la directora de la escuela más importante de la provincia, la misma escuela en la que fui alumna.
¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Cómo es tu vínculo con la poesía en particular y la literatura en general?
Mis primeras poesías están presentes desde la época en que comencé a cantar el “Arroz con leche” y otras canciones de la infancia. Siempre me gustó ser un poco el centro de atención… cada vez que había un acto, una puesta en escena o un evento, aunque tuviera 5 años. La libertad, los juegos de la infancia, que persisten desde un origen remoto, desde que el ser humano está en el planeta, estuvieron siempre presentes en mi vida: las escondidas, las rondas, las corridas. Lo mío es muy simple e ingenuo a la vez, tengo esta necesidad de preservar lo que a uno le gusta y que ha vivido intensamente con felicidad.
Mi primer encuentro con la literatura viene de la literatura infantil, de cantos vivos y juegos. Escuchar los sonidos y las palabras, cómo suenan, despertó mi necesidad. Ya de grande cursé Letras, seguí siendo buena lectora y espectadora de muchas obras. Ya en esa época trabajaba con el método natural, en el cual si un chico tiene ganas de escribir, lo hace en forma textual y como quiera, como le salga. Después llegó un momento en que empecé a querer dejar testimonio de mis experiencias.
Desde siempre mi fuente de movilización han sido los juegos infantiles, que son el primer contacto de los chicos con la palabra escrita, nada más ni nada menos. A los chicos de Primero Inferior, de unos 6 años, todos los días les contaba un cuento o creaba un pequeño poema. Así es como trabajé permanentemente con la palabra oral, antes de dar ese salto y pasar a la palabra escrita. A ellos les encanta rimar, hablar con rima, algo que aún hoy muestra la belleza del lenguaje. Lo que sucede también es que el televisor y las pantallas abarcan demasiado. ¡Si tengo bisnietos divinos y algunos hablan como locutores de televisión, con lenguaje neutro!…
Entonces hay que darles otra cosa de la que se enamoren, porque la palabra básicamente es eso: encantamiento y música. Hay una sonoridad, un tono, que transmite cosas que no están en las palabras escritas. Los chicos cuando leen una ironía no la entienden, pero cuando la escuchan enseguida la agarran, porque el significado está en esa parte sonora que llega e invade. El ritmo y el sonido están en uno, permanecen cuando improvisas oralmente. Soy una enamorada de la palabra oral, de la palabra que resuena en la cara del otro, con un receptor inmediato delante, aunque sigo intentando escribir cosas nuevas.
Mi vocación, más que la poesía y la literatura, fue siempre la palabra como tal. Ese sonido, ese sonar que resulta increíble y hace despertar la capacidad de los niños. Mi madre me cantaba canciones de cuna para dormir. Recuerdo que una vez me cantó una canción que tenía una estrofa que daba miedo y no pude dormir en toda la noche. Y eso ocurre porque esas palabras, de una manera u otra, estaban tan bien puestas que una niñita de cuatro años quedaba impactada por siempre jamás.
De ahí que recomiendo fervientemente rescatar las rondas y los juegos infantiles. Por ejemplo, recuerdo que en la payana los chicos hacían una especie de sorteo, con juegos de palabras. Todo estaba hecho con rimas: explicaban las reglas y mandatos del juego con ellas. Es algo simplemente mágico, cuestiones muy movilizadoras que se transmiten muchas veces con humor, con ironía, con broncas, a través de rimas poéticas.
Sin embargo en la actualidad hay muchas palabras ‘de otro’ dando vuelta, que vienen de las redes sociales y los medios de comunicación. No obstante, también por medio de la tecnología mi palabra y mi voz llegan a una cantidad enorme de personas, algo que me deslumbra cada día porque es sentir la permanencia de uno en el otro, la presencia de una persona a través de la voz.
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“La poesía es la única forma de arte que puede abrazarlo todo con su gesto, un noble artificio de palabras. Y en ‘Calcé las sandalias azules’ lo que se abraza desborda los límites de un mapa reconocible y querido, desde aquella aldea a la ciudad actual, para tomarse reflejo de otros mundos posibles”, sostiene en el prólogo de la obra de Yolanda, su colega Raúl Artola. Y sintetiza sobre el código: “Este libro desmesurado y apolíneo se constituye en un texto oracular, transitable con los recursos que nos pide: los sentidos muy alertas, alta la percepción, abierto el corazón y sus arterias. En cualquier página la voz de una mujer nos cantará una canción o nos contará un cuento, el modo más eficaz y perdurable de hacer huella en la memoria. Y allí, espejado en el canto o en la historia, el lector tendrá ocasión, templado su instrumento, de recrear el poema que lo indaga”.
¿Cómo nació “Calcé las sandalias azules”, el libro reeditado por el FER en 2021?
En mi vida llegué a concretar cosas que nunca pensé hacer: por ejemplo, escribir un libro. Fue algo que se me impuso porque en el fondo nunca descarté la idea de hacerlo, pero estaba inhibida por un montón de cosas, hasta que logré deshacer un nudo. Es un libro que todavía me seduce. Sin dudas que me gusta escribir libros, pero me requiere un costo muy alto, porque para que un texto diga lo que uno quiere lleva tiempo, porque la palabra bien puesta, tiene sin dudas otro impacto. Pocas veces sale algo escrito así de corrido; siempre hay que trabajarlo, retocarlo, lidiar con el deseo de decir algo más o de otra manera.
La superficie de la página de un libro, el diseño que lleva, cada intención que se quiera transmitir lleva tiempo y esfuerzo. Incluso en esa obra me tomé el trabajo de diseminar las oraciones y párrafos por toda la página como una necesidad visual para que el lector lo lea de la manera que quiera. Es que la hoja es muy importante, no te olvides que es un plano con dos dimensiones. Y de pronto uno necesita algo más para provocar...
En estos momentos tengo en mis manos un material casi listo, que está en edición y quiero terminar a corto plazo. Me queda todavía un montón de material que me niego a dejar fuera de la obra. El título es “Viajera en el umbral”, un libro de poesías breves y espontáneas que fueron surgiendo de alguna situación que me provocó alguna emoción, lo que me generó en ese instante, porque el lenguaje vivo siempre estuvo en mí. En principio escribo lo que me interesa decir y después pulo y elaboro sobre eso, porque escribir forzado, sin dudas, no va conmigo.
Se le nota.
¿Qué consejos o sugerencias darías a las nuevas generaciones de escritores?
Lo primero que les diría es que partan cada una de sus creaciones de su espacio y tiempo. Yo soy. Yo escribo. Somos dueños de una palabra que se multiplicará. Hay que tomar conciencia de la creación de cada palabra que después va a volar y multiplicarse.
También les hablaría acerca de la libertad absoluta, porque en la actualidad tenemos la posibilidad de editar, algo que no es poco. Sin embargo, primero hay que tener gente que se prepare y capacite, y, si la encontramos, recibirla con los brazos abiertos.
Yo nunca había pensado en publicar porque trabajaba siempre con chicos y adolescentes, entonces ya tenía mi propio público, por llamarlo de alguna manera. Hacíamos, creábamos, actuábamos y listo. Incluso tuve varias críticas de supervisores de educación por mis formas de creación colectiva instrumentadas en clase. Pero la vida siempre triunfa y esto sin dudas que es la vida. Es la palabra viva que se transfiere a un papel y permanece. Como en una pared que tiene un graffiti.
En este encuentro mediado por una pantalla, Yolanda profundiza amablemente cada tema que propongo. Por momentos siento que su pensamiento corre más rápido de lo que las palabras pueden salir de la boca. Escoge oraciones cortas, concretas, que se encadenan con una claridad que refresca, como brotando de un manantial de conocimientos que perdura desde hace casi un siglo.
¿Por qué crees que fuiste invitada a realizar esta entrevista?
Creo que porque trabajé en el Fondo Editorial Rionegrino mucho tiempo, estuve en la creación de ese espacio y fui jurado en infinidad de ocasiones. Integré su Comisión Técnica hasta que me jubilé, cuando tenía muchos años de servicio, 61 años de trabajo para ser exactos.
Creo que también porque estuve involucrada en lo que fue el programa ‘Educación por el Arte’, animada por una amistad inmensa y de compañerismo fantástico con Norman Tornini**. Lo recuerdo a él con un profundo amor; fue una de las personas que me reconoció, me permitió crecer, encontrar y decir lo que pensaba.
Gracias a este proyecto conocí casi toda la provincia, encontrándome con grandes escritores y proyectos. Aprendí a moverme en un mundo en donde la gente era feliz porque se atrevía a hacer cosas individuales y colectivas, abriendo y reencontrándose con la palabra. Despertar en el otro cosas que hasta ese momento no había utilizado, resulta sencillamente revelador.
Así es como con el retorno de la democracia, al lado de Norman Tornini que era Subsecretario de Cultura, gestamos lo que fue ´Educación por el Arte´; eramos un montón de personas con las que hablábamos el mismo idioma y teníamos como base la misma bibliografía.
Fueron surgiendo muchas cosas que articulamos en conjunto porque la coincidencia era en muchos aspectos. Así también se gestó el Fondo Editorial Rionegrino. Álvarez Guerrero fue el primer gobernador que tuvo la provincia en el retorno de la democracia y, nobleza obliga, la idea y el proyecto de la creación del Fondo también fue de él, porque dio el respaldo legislativo y ejecutivo a un proyecto de esta naturaleza. Esto fue en el año 83, durante las primeras semanas de su gobierno. Es decir que la relación entre Norman y el FER es directa. Y es por eso que me resulta una maravilla que algo así todavía funcione. Es un regalo que nos dejó hace muchos años ese grupo de personas que sintió la tarea, puso el hombro, el corazón y todas sus capacidades al servicio de ese espacio.
Creo que es importantísimo que exista un organismo que edite una obra cuando no tenés dinero. Siempre se trabajó con mucha seriedad desde que se fundó y lo sentí en primera persona porque fui parte de su jurado inicial. Tengo un profundo reconocimiento con este espacio; y en general a la provincia de Río Negro le debo el 80 por ciento de lo que soy. Pensar que se acuerdan de mí, que recuerdan mis cosas, me hace muy feliz y les agradezco mucho poder dejar testimonio de esos momentos.
¿Existe una cultura rionegrina propiamente dicha? ¿Qué características tendría?
Esta provincia está recibiendo permanentemente gente nueva, muy diversa entre sí. Posiblemente falta tiempo para que algo así vaya surgiendo, y tener una característica propia… De los que escriben en esta provincia, son pocos los que han nacido en este territorio, casi todos vienen de otras latitudes. Hay mucha gente que viene y se enamora de nuestro folcklore y escriben desde su presente. Sin dudas que todos deberíamos escribir desde ahí, porque en nuestro presente está contenido nuestro pasado.
El escritor puede tener una intención, pero por lo regular, la propia vivencia, en la idea que va plasmando lo que sucede, se encuentra relatando cosas de su pasado; y los que no nacieron en esta tierra no pueden transferir cosas de su infancia en esta provincia. No es una cuestión cerebral sino algo mucho más íntimo y potente: recuerdo una persona de la Línea Sur que escribía sobre su localidad, y se leía cómo la sentía, la quería; su literatura no era trascendente, pero tenía el depósito de una propia decisión.
En la literatura, como en la pintura y las artes en general, hay que tener algo más que una decisión cerebral, hay también algo inconsciente que aparece cuando no te das cuenta, en el ritmo que imprimís, en algún pasaje donde eso que fue todavía sigue presente. Lo que no fue no podés recrearlo, porque para que tenga esa autenticidad, tenés que haberlo presenciado. No se puede hablar de una ronda en la arena si nunca pisaste la arena. No podés hablar del mar si no viste una ola. Esos escritores hablan desde su presente, su enraizamiento está ahí.
Seguramente el lector diferencie y note si un relato es de un escritor que vivió su infancia en estos lados o no. Es así, no podemos forzar un texto. Por ejemplo, la presencia del río es permanente en mis textos, al igual que el mar, pero porque estoy aquí. En este mismo momento estoy en mi casa hablando con vos y mirando el río por la ventana, es parte de mi rutina, de mi vida. Es que nací mirando a Viedma.
Creo que Río Negro tiene que agradecer que mucha gente venga, que quiera vivir en estos lugares y escribir desde aquí… es una provincia preciosa y muy generosa.
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Por momentos la charla queda envuelta en el sonido de la lluvia que cae en Bariloche, donde voy apuntando estas líneas. No impide, sin embargo, que -casi en tono de confesión- Yolanda diga que está muy entretenida con la entrevista porque pregunto sobre temas que no imaginó que consultaría. Así que seguimos en una conversación que fluye informal pero consciente; relajada pero profunda.
Mientras cambio la yerba al mate, como corolario de su respuesta anterior, defiende con sólidos argumentos la palabra que nace de la propia realidad, que en definitiva es la única que uno termina conociendo.
Le pregunto acerca de las menciones y premios que cosechó en su vida y por la importancia que les otorga.
Valoro que sepan quién soy. Me encanta, no soy modesta. He tenido varios reconocimientos y me gusta porque puedo seguir diciendo cosas que tengo ganas de decir que pueden tener valor. Me gusta que se escuche lo que digo, algo que en definitiva dura un instante, pero perdura en el tiempo. Es una maravilla eso… en la actualidad casi todos mis conocidos se acuerdan de algo que dije en algún momento. En ese sentido, siento que tengo una misión cumplida, pero no terminada porque aún seguimos vivos.
Ser parte de diferentes antologías poéticas como las editadas por el FER me gratificó de enorme manera, ya que ese material lo preparó gente querida, que también fueron jurados en diferentes instancias, como Graciela Cros y un montón de otras grandes poetas. La verdad es que me gusta que me reconozcan, me siento muy bien porque me brinda seguridad, algo que no siempre tengo, incluso a esta edad.
Además, el reconocimiento del otro te devuelve a un tiempo determinado, rejuvenecés, nada más ni nada menos. Que alguien recuerde algo que dije hace 20 años te lleva a otro orden porque pasan los años y uno conserva recuerdos que le pertenecen a aquellos que estuvieron en aquel instante. ¿No es eso una maravilla?
La charla comienza a cerrarse al tiempo que empieza a extinguirse el temporal del otro lado de la ventana. Comparto una última pregunta de las tantas que me quedan pendientes.
¿Qué otras pasiones atesorás además de escribir? ¿Dónde nacen tus motivaciones en general?
Sin dudas que de la naturaleza. En estos momentos vivo en una casa redonda, algo que es muy significativo. Miro a un otoño que ha dejado de ser por un ventanal enorme que da al río. Mientras los álamos están ya desnudos, los reflejos del agua me distraen. Cuando leo lo que escribí, siento que estoy contando lo que percibo, lo que veo, lo que huelo y siento. Nada más que eso. Es que la poesía en definitiva es eso: ver dónde estoy en lugar de lo que soy. Fijate que en mi poesía es más fuerte mi entorno que yo misma. El yo es todo aquello que toca en mí. No te olvides que tengo 96 años, pero acordate que hasta los 108 no paro…
Mientras me brinda esas palabras que alcanzan algún rincón del alma, la lluvia aún suena en el techo de chapa de zinc de mi casa (¿o será la de ella?), con hambre, con un ritmo monótono, como un ruido blanco que hipnotiza. Se produce una pausa, prolongada pero cercana. Yolanda cierra los ojos y suspira simultáneamente, hace un gesto moviendo las cejas en silencio, y sintetiza “creo que la vida me quiere mucho, y si bien me ha dado muchos dolores, también muchas cosas que no pensaba”... mientras seguramente imagina los dibujos cuadriculados con trazos de tiza de una rayuela que se multiplica por los pisos de su ciudad.
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N. del E.: “Calcé las sandalias azules” fue publicado por primera vez en el año 2008 por El Camarote Ediciones. En 2021 el FER realizó la segunda edición de la obra. Poemas de Yolanda Garrafa integran también las antologías “Poesía Río Negro. Vol. 1” (2006) y “Transversal. Poesía contemporánea de Río Negro (2021), publicadas por la editorial estatal.
Ha publicado además y entre otros: “De luna y pez”(1990), “Descalzo Rumbos” (1996), “Fragmentos para leer en voz alta (o en silencio)” (1996), “Tramo en líneas desmedidas” (1998), “Llegan voces” (2004), “Miradas al pueblo chico desde la Viedma de hoy” (2008), “Escándalo de la miel” (2011), “En el umbral del musgo”.
**N. del E.: El programa Educación por el Arte (basado en la corriente teórica con el mismo nombre) fue una política cultural estatal en el marco de la cual se desarrollaban talleres artísticos abiertos a la comunidad en toda la provincia. Fue diseñado e impulsado por Norman Tornini, Subsecretario de Cultura de Río Negro durante el periodo 1983 - 1991.
Poesía del libro “Calcé las sandalias azules”.
Voz en off: Yolanda Garrafa / Realización audiovisual: Agustín Demichelis. Material producido por el Fondo Editorial Rionegrino y el Festival de poesía “Como un rayo” de Bariloche / 2023.
Coordinación y edición: María Eugenia Aliani